Este relato fue escrito por el cantautor Lucas durante su estancia en Guinea, donde estuvo realizando una serie de conciertos.
A la llegada al aeropuerto de Malabo, me sorprende ver que el término “facturación” en África es sinónimo de “A mogollón”. Detrás de la señal en el suelo que dice “espere su turno” no queda nadie. En cambio, apelotonados contra el mostrador, unas cien personas gritan, se pasan bultos, intercambian billetes, vuelan gallinas…. parece que ya estoy en África.
Llegamos a Nbini, la segunda ciudad más importante de Guinea aunque sea un pueblo más pequeño que Brunete, pero en un país de apenas 500.000 habitantes, esto es lo equivalente a Barcelona, digo yo… Nos recibe el alcalde; “Lucas, eres el primer blanco que actúa en esta ciudad en la historia. Bizarro, ¿no?. Tenemos la suerte que están en fiestas y hay un escenario con luces en la plaza del pueblo. Al terminar el concierto (para unas 1000 personas) un guineano me pregunta por el secreto de mi música, trato de explicarle que es cuestión de práctica, que no hay embrujo, pero insiste y me ofrece dinero por compartir la fórmula mágica. Y es que no pasa un solo día que te encuentres con algo parecido que te deje boquiabierto.
Conocemos a unos Combe (2ª tribu más importante de Guinea) y nos llevan a su poblado en la selva. Hay cuatro cabañas. Nos presenta a su abuela, una viejecita desdentada que nos sonrie y nos da la mano. “A mi abuela le gustaban mucho los blancos. Por eso las nietas somos todas café con leche ”. La abuela se rie: “¡Si, si! Pero eso era hace mucho tiempo. ¡Ahora ya estoy caducada! Ja, ja, ja!!!
Así de natural va todo aquí: la poligamia, la promiscuidad, el alcoholismo, la fiesta, los españoles “nuestros padres”. Lo único que despierta respeto y temor es la brujería y la política, temas bastante tabú por estas lindes. La brujería ha degenerado desde la prohibición y ahora sólo se utiliza para conseguir poder.
En Cogo fui a acompañar al medico a vacunar por los pueblos. Mi papel era más o menos el de “Flautista de Amelín” para atraer y entretener a lo niños mientras les pinchaban en la choza principal del pueblo.
En uno de los poblados acabamos jugando un partido de fútbol con los chavales y de ahí, selva dentro, al rió a bañarnos en bolas. Aún siendo todos chicos, los mayores de 12 se tapaban el pito con la mano por vergüenza (otro gran logro de las misiones en el que solía ser el continente más nudista del mundo).
Tampoco he hablado de la bestialidad de la selva, que cubre todo el país como un decorado impenetrable que sólo cede un mínimo espacio a las carreteras y los poblados. Las carreteras son casi todas de tierra y fueron construidas a partir de las sendas de los elefantes (hay unos 150.000 en Guinea). Ellos son los auténticos ingenieros de caminos del país.
Con sólo parar el coche a un lado del camino puedes ver monos saltando de rama en rama, o turagos azules sobrevolándote. Te dan ganas de adentrarte en la selva, pero sin un machete para abrirte camino es imposible dar un paso hacia dentro.
Aunque tenemos coche y un permiso de desplazamiento del gobierno, sólo hay una forma de atravesar el país como lo estamos haciendo: dormir donde sea y comer lo que sea (cocodrilo, mono, estofado de tortuga…y toda serie de platos exóticamente salvajes). Fuera de la capital no es que no haya internet, es que no hay agua corriente, ni rastro de luz eléctrica que no sea de generador ni un hotel ni nada. A quien no le guste el turismo convencional ha llegado al sitio adecuado. Aquí eso es un concepto de ciencia ficción. Que estoy encantado, vamos…
Desde Bata con amor.